La Plaza de Acho es una joya arquitectónica
El 30 de enero de 1766, en el centro del Rímac, se inauguró la Plaza de Acho. Entre octubre y noviembre, allí se celebra la tradicional Feria del Señor de los Milagros que data del 12 de octubre de 1946.
Se le llamó así por ubicarse en un hacho, “sitio elevado cerca de la costa, desde donde se descubre bien el mar” (RAE). Es la decana de América y la cuarta más antigua del mundo, después de las plazas españolas de Béjar (1711), Sevilla (1761) y Zaragoza (1764). Aurelio Miró Quesada Sosa dio a conocer la fecha exacta de su inauguración: el jueves 30 de enero de 1766. Ese día, tres espadas peruanos —Pizi, Maestro de España y Gallipavo— se encargaron de lidiar 16 toros. Fue el empresario Agustín Hipólito de Landaburu quien recibió el permiso del virrey para construir Acho. La renta de la nueva plaza permitiría construir el hospicio.
La obra adoptó la forma de polígono de 15 lados con un ruedo de 80 metros de diámetro. Poco después se completó el conjunto con un paseo arbolado, a manera de ingreso al nuevo recinto, conocido como la alameda de Acho, hoy desaparecida.
Pero la trascendencia de Acho va más allá de los festejos taurinos. No solo forma parte crucial del paisaje arquitectónico de Lima sino que ha sido testigo de algunos acontecimientos simbólicos de nuestra historia. Fue en Acho, por ejemplo, donde los limeños vieron por primera vez elevarse un globo aerostático, el 24 de setiembre de 1840. También ha sido escenario de mítines políticos memorables, como el de Manuel Pardo el 6 de agosto de 1871, cuando congregó 14.000 simpatizantes en su carrera a la presidencia de la República; o el de Haya de la Torre para cerrar su campaña electoral de 1931. Pocos recuerdan que en 1945 el Apra organizó en Acho varios festejos taurinos con el fin de recaudar fondos para comprar su local de la avenida Alfonso Ugarte. Un momento polémico fue la rechifla que recibió el general Velasco cuando asistió a una corrida en 1972, que lo llevó a intentar suspender la Feria del Señor de los Milagros del año siguiente, en un temprano impulso antitaurino. No han faltado tampoco algunos espectáculos poco ortodoxos. Testimonios chilenos de la ocupación hablan de peleas entre mastines y gatos en su ruedo. Luego se hicieron populares los enfrentamientos entre leones y toros, una afición horrenda que, en 1909, ocasionó la muerte de un asistente al producirse una trifulca general como protesta porque los animales se negaron a luchar. Combates de boxeo (un amateur Mauro Mina ganó aquí su primer título en 1952), conciertos de música, espectáculos folclóricos y concentraciones religiosas también son parte de la memoria de Acho.
Sabemos que la plaza que contemplamos hoy no se parece mucho a la que inauguró el virrey Amat hace 250 años, pues sus tres remodelaciones (1865, 1944 y 1961) son fiel testimonio de su adaptación a la dinámica de cada época. Autoridades y empresas privadas deben entender que Acho es una joya arquitectónica que puede tener vida todo el año con diversas actividades culturales, y no solo durante el calendario taurino.
Fuente; Juan Luis Orrego Penagos (Lima, 1964)
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